Hogar

Estoy teniendo una crisis dentro de mi, porque no logro encontrar en el mundo un lugar que se asemeje al paraíso en donde crecí.

Si tuviera que elegir donde pasar mi infancia nuevamente, sin duda sería ahí. 

No se puede llamar hogar a nada que no seas tú.

Me da un poco de sana envidia cuando el resto de mis amigos latinoamericanos regados por el mundo hablan de su hogar: un lugar tangible y perfectamente posible. 

Ellos están bendecidos por la posibilidad de la decisión: solo es cuestión de decidir volver para que todo sea como fue antes. 

Subestiman la familiaridad. 

Ahora que lo pienso, quizás mi envidia no es tan sana.

Mi hogar, por otro lado, ya no existe. 

Mi hogar ha sido consumido por el fuego de la dictadura. 

Mi hogar no es ni la sombra de lo que en su peor momento fue.

Mi hogar es una fantasía en donde paso largas horas imaginando mi regreso. 

Mi hogar es un pensamiento volátil, que surge sin ser llamado y luego debe ser enterrado en lo más profundo de mi, porque no se puede vivir así. 

Mi hogar es una idealización de lo que quiero llegar a ser y de lo que espero que mis hijos puedan disfrutar también. 

Mientras tanto estoy aquí, sentada en mi soledad, deseando volver a ti. 

Deseando poder estar presente en tus momentos más difíciles. 

Deseando poder llevar aunque sea una pequeña luz al final de este largo y tenebroso túnel, que hace más de 15 años parece no tener salida. 

Pero salidas hay. Dios le da las peores batallas a sus mejores guerreros. 

El es el único que nos puede sacar de este túnel.

Sé que al final de este túnel está mi hogar. 

Deteriorado y cayéndose a pedazos, pero está. 

¿No has oído nunca qué es mejor tener un hogar roto -y lejos- que no tenerlo?

Venezuela: no se puede llamar hogar a nada que no seas tú.

Adriana Porras